Cuando mencionamos a la cultura azteca y maya estamos resumiendo de entre muchos a los dos pueblos en mayor auge en Mesoamérica durante la colonización de a partir de 1492. En estas fechas los Aztecas o Mexicas ocupaban el centro de Méjico, y los Mayas la zona sur que ocupaba Chapas, Yucatán y Quintana Roo, junto al territorio de Centroamérica que hoy serían Guatemala, El Salvador y Belice. En la zona Norte de Méjico se asentaban los Yaquis y los Taraumaras, y en el estado sureño de Oaxaca encontramos a los Toltecas y a los Sapotecas. En la costa pacífica sur se hallaban los Nahuas y los Purehepl, pueblo que mayor resistencia ofreció a la invasión, por lo que los españoles los llamaban Tarascos. En Perú se asentaban los Incas, que llegaron a gozar de mayor esplendor incluso que los Aztecas.
Las civilizaciones mesoamericanas tenían distinta lengua y etnia, pero su cultura y su religión eran las mismas. Tenían una evolución sociocultural independiente, salvo una posible conexión e intercambio comercial y cultural con Asia, las islas del Pacífico e incluso con los vikingos muy anteriormente al descubrimiento de América en 1492.
Los nativos mesoamericanos eran grandes astrólogos, usaban el calendario de 365 días, y sus famosos códices están más avanzados en ciertos aspectos que la astronomía actual. Solo tres de estos códices sobrevivieron a la invasión española, pero se conoce que hubieron muchos y que las enseñanzas que en ellos hubiera antes de ser destruidos hicieron que esta ciencia perdiera siglos de avance, dado que los europeos estaban técnica y culturalmente por debajo, al estar saliendo de la Edad Media (los españoles comenzaron la invasión de tierras mayas en 1697). Los mayas poseían tales conocimientos astronómicos y matemáticos que asombran a los científicos de hoy en día, aun cuando sus cálculos están integrados con elementos mágicos y de carácter supersticioso.
Todas las civilizaciones de las cinco regiones compartían deidades y el concepto de la dualidad cósmica, de la cual la mayor evidencia es el dios Quetzacoatl*, también llamado Kukulkán por los Mayas, Gukumatz o Nueve Vientos. Qetzacoatl es uno de los dioses más importantes de estas civilizaciones al ser el intermediario entre el mundo terrenal y espiritual. Creador del tiempo, es representado como una serpiente con plumas, posiblemente predecesor del actual escudo mejicano, que consiste en un águila con una serpiente en las garras sobre un cactus. Este dios estaba presente en todos los aspectos de la vida cotidiana y actuaba en el sistema del calendario agrícola junto a Tlaloc, dios de la fertilidad, representado por el agua que riega los campos. Dado que el sustento de estos pueblos se basaba en la agricultura, especialmente el cultivo de maíz, Tlaloc es uno de los dioses más representado en los templos y al cual se realizaban más ofrendas junto con Huehueteol-Xiuhtecuhtli.
Otros dioses relacionados con la fertilidad de la tierra son Xipe-Totec, dios de la primavera y Coatlicue, diosa de la tierra. Cuando Coyolxauhqui, diosa de la luna e hija de Coatlicue supo que su madre estaba embarazada de su hermano Huitzilopochtli, dios de la guerra que aporta al dios sol las ofrendas sangre, se alió con las estrellas para asesinar a su madre antes de que diese a luz. Huitzlopochtli nació justo a tiempo armado con una espada se jade con la que decapitó a su hermana. Como vemos, la mitología mesoamericana es bastante similar a la grecorromana, aunque las ofrendas a los dioses eran mucho más drásticas. Las culturas mesoamericanas realizaban sacrificios humanos a los dioses en sus templos con forma piramidal. Incluso los Incas tenían una herramienta especial en forma de pala de oro que les servía para extraer el corazón aún palpitante de las ofrendas. Los Aztecas o Mexicas, que también eran conocidos como Tenochas, tenían más costumbres nómadas que sus pueblos vecinos, y frecuentemente se internaban en territorios vecinos para capturar personas para los sacrificios en el Templo Mayor en Technochtilan (la actual Ciudad de México) o para venderlos como esclavos.
Pero no todos los sacrificios eran capitales o involuntarios. En fechas concretas del calendario ritual, así como en ceremonias funerarias o de imploración para obtener buenas cosechas las culturas mesoamericanas practicaban el autosacrificio como gesto de comunión con los dioses. El autosacrificio consistía en perforaciones* corporales en lengua, lóbulos, labios, pecho, etc, y se realizaban con láminas de obsidiana, agujas de hueso o espinas de pita. También practicaban las dilataciones* con piezas de madera y barro. Los utensilios ensangrentados se introducían en cajas ceremoniales envueltas en paja y eran enterradas como ofrendas a los dioses cerca de los templos. Los adornos que colgaban en los agujeros resultantes embellecían el cuerpo y denotaban la posición social. Los ricos usaban aros de jade, a veces con perlas y piedras preciosas engarzadas, mientras que los pobres usaban conchas, cristal de roca y ámbar. Los guerreros a la vuelta de las batallas se realizaban escarificaciones* en brazos, piernas y/o en la cara. Las culturas precolombinas también practicaban la modificación corporal como el afilado de dientes o la incrustración de piedras semipreciosas entre ellos. Para hacer la forma de la cabeza más alargada, a los niños se les entablillaba el cráneo antes de que empiece a soldarse, antes de los dos años de edad, y según crecían se les iban sustituyendo las tablas. El motivo de esta tradición era conseguir que la cabeza adoptara la forma de una mazorca de maíz, elemento indispensable para la supervivencia de estos pueblos. Este alargamiento del cráneo propiciaría la prosperidad del recién nacido, según las creencias de esta civilización.
El tatuaje* también estaba presente en el autosacrificio, aunque solo tenían derecho a realizárselo los que eran realmente merecedores de ello. Los tatuadores eran muy venerados y formaban parte del consenso de sabios, en el cual estaban los ancianos, los guerreros más míticos y los sanadores. Lo realizaban con finos huesos afilados punzados directamente sobre la piel e inmediatamente impregnados con pigmento. Se usaba además otra técnica para la coloración permanente en la cual se pasaba una aguja muy fina con un hilo que porta el pigmento. Lo más habitual era comenzar por el tatuaje facial y luego en el resto del cuerpo, comenzando por manos y pecho. Los motivos estaban inspirados en su iconografía religiosa, astrológica y ornamental*. Estaban representados de forma muy iconográfica, pero no abstracta*.
El estilo precolombino que se tatúa en la actualidad en todo el mundo puede ser una reproducción de los elementos decorativos de sus templos y piezas* cerámicas, o bien estar inspirados en el estilo de sus descendientes, los indios americanos. Los indios americanos mantienen una forma de representación muy parecida a la de sus antecesores, aunque la evolución de las creencias pasó de observar y estudiar la astrología a venerar la tierra y toda la vida que crece en ella, en especial la animal.
Es por esto que se representan en su mayoría animales con la estética de los famosos tótems indios, aunque también sean muy habituales los rostros humanos, muchos de ellos dentro de un sol, que era uno de los elementos más venerados en la época precolombina.
El estilo mesoaméricano es de los pocos estilos tribales figurativos que encontramos, y tiene la singular característica de ser policromado con partes en tonos rojos y azules, debido al concepto de “agua quemada” con el que los pueblos precolombinos definían a la guerra.
*Palabras incluidas en el GLOSARIO